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"Todas las utopías de las que tengo noticia acabaron siendo pesadillas”

Juan Bonilla, entrevistado por Dante Trujillo en la edición n°10 de la revista BuenSalvaje.

Publicado: 2014-11-30

Su primer libro de cuentos lo puso directamente en el mapa de la Literatura española (considerado por Quimera y El país como uno de los mejores libros del siglo pasado). Hoy, veinte años, cinco libros de cuentos y cinco novelas y mucha poesía después, el español Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) vuelve a Lima como finalista, junto a Rafael Chirbes y Juan Gabriel Vásquez, de la primera edición del Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa* por Prohibido entrar sin pantalones, una recreación de la vida del genial y desopilante Vladimir Maiakovski.

[*] Bonilla fue declarado ganador del premio, en marzo de 2014.



Han transcurrido veinte años desde la aparición de tu primer libro, el cuentario El que apaga la luz. ¿Qué es lo que más te llama la atención de tu propia evolución como escritor?
Tenemos una cosa en común aquel escritor y yo, además del nombre: él nunca pensó en el escritor que llegaría a ser, y yo nunca pienso en el escritor que fui. No me gusta pensar en esos términos porque indicaría que habría algo progra- mado: la evolución en un escritor es una cosa paradójica, porque aparentemente un chaval de veintisiete años sería padre de un hombre de cuarenta y siete, y prefiero pensar que es al revés, desandar el camino, por decirlo así, aunque sea para perdonarme los errores.
Una vez me dijiste que eras un escritor muy flojo, que escribías solo cuando te provocaba. ¿Cómo has hecho, entonces, para escribir y publicar tantos y tan buenos libros (de distintos registros, además)?
Porque además de flojo soy un desocupado que anda buscando ansiosamente algo en qué ocuparse, he tenido esa suerte, y porque mi profesión –aunque des- ocupado– ha sido el periodismo, que te habitúa a convertirlo todo en relato, a pasarle a todo el termómetro de las 5W. Si me hubiera quedado en la redacción del periódico o hubiera abordado la carrera universitaria, seguro que me hubiera apalancado.
¿Y dónde te sientes realmente más cómodo? ¿En el cuento, la novela, el periodismo?
La respuesta pertinente e inevitable es depende. Depende de lo que esté escribiendo. Utilizo unas herramientas u otras dependiendo de lo que me pro- voque. No hubiera podido escribir un relato con las ambiciones, mezquindades y heroicidades de Maiakovski, ni hubiera podido alargar a novela ninguno de los relatos de Una manada de ñus. La cuestión famosa forma/fondo es discutir sobre el sexo de los ángeles: forma y fondo son como cara y cruz, sin una de las dos partes lo que tienes es una moneda falsa. En cuanto al periodismo, curiosa- mente me siento cada vez más cómodo cuando me encargan algo determinado, cuando no soy yo el que propone. Me reactiva salir fuera e ir en pos del relato que complazca al redactor-jefe o quien sea. Antes prefería elegir y proponer yo los temas. El periodismo me ha enseñado que casi todo –por no decir todo– es apasionante, y el trabajo consiste precisamente en encontrar qué hay de apasio- nante en lo que sea, el patinaje artístico o un concurso de misses o lo que sea.
Terenci Moix, Vladimir Maiakovski: ¿biografía como forma de ficción?
Son dos casos completamente distintos: en el libro de Terenci Moix, que es un libro que nace de un encargo periodístico, no hay un átomo de ficción porque no puede haberlo, porque es una biografía, la biografía de un hombre que vive entre ficciones. La novela de Maiakovski incumple todos los requisitos exigibles a la biografía, no hay fechas, no hay documentación explícita, por momentos parece que la voz del narrador es la de un amigo de Maiakovski que estuvo allí. Es la novela de un hombre que tuvo muchas vidas en su corta vida, y también una especie de homenaje o himno a la propia poesía a la que él se entregó tan desaforadamente, como a una religión, hasta el punto de llegar a convencerse de que vida y obra eran, como cara y cruz, dos caras de la misma moneda.
¿Qué es lo que te sedujo de Maiakovski, lo que te animó a escribir Prohibido entrar sin pantalones? ¿Qué tan punk es realmente Maiakovski?
Solo en una cosa no puede ser punk Maiakovski: el lema No future le hubiera puesto enfermo, porque él creía de veras en el futuro, consideraba que era un lugar real, no un punto de referencia como el horizonte que va desplazándose a medida que nos desplazamos, sino una especie de vuelta al Edén del que nos expulsaron. En todo lo demás, era bastante punk: cuando boxea a la contra es pura dinamita, tanto en su época juvenil cuando irrumpe con sus versos futuristas y sus broncas en los salones, como en su etapa crepuscular, cuando el comunismo le ha dado la espalda y se siente solo y ultrajado, acusado de ser un elitista. Maiakovski es un personaje espectacular: no solo por su sentido del espectáculo, sino también por sus ondas depresiones. Intentó lo imposible: que la poesía sirviera para cambiar la vida, y sus lemas juveniles –Abajo vuestro arte, Abajo vuestra política, Abajo vuestra religión, Abajo vuestro amor–pretendían ni más ni menos que inventar un nuevo modo de vivir, una vida en la que todos los momentos fueran eso, Vida, no rutina mortecina, no hábito. De hecho son significativos los versos que escribe antes de pegarse un tiro en el corazón: «La barca del amor se estrelló contra las rocas de la rutina». Aparte de eso, fue un hombre que empezó de la nada y alcanzó poderes que quizá ningún otro poeta rozó en el siglo veinte, se convirtió en el poeta de la Revolución, en un propagandista de una nueva fe que pronto lo gangrenaría. Y de ahí volvió a la nada, al rechazo, al hundimiento.
¿La literatura es hoy otra utopía deprimida?
Creo que quizá a la literatura le pedimos cosas que no están en sus po- sibilidades. Maiakovski, por ejemplo, se las pedía, con resultados terribles para él y para otros. Las posibilidades de la literatura son muchas, las de siempre: desde cantar el milagro del mundo a poner en solfa dogmas in- tragables, desde retratar la miseria y la mezquindad a retratar la santidad, desde ponerle expresión precisa y definitiva a cosas que no sabemos decir pero sentimos a hacernos pasar un buen rato entre dos aviones. Nunca he pensado en la literatura como una utopía, entre otras cosas porque todas las utopías de las que tengo noticia acaban siendo pesadillas.
¿Realmente te consideras un nihilista? ¿Qué nos salvará?
Si por nihilista entendemos un paréntesis de vida entre dos inmensidades de nada, sí. Nihilista activo, como dijo Nietzsche, es decir, alguien que no necesita preguntarse por la trascendencia de nada, porque considera que todo es trascendente, porque considera que lo que hay es suficientemente esplendoroso y misterioso y milagroso como para no buscarle una explicación inventada, una autoría tranquilizadora.
Has recibido importantes reconocimientos por tus trabajos, pero siempre has mantenido un perfil bajo. ¿Ya sabes lo que pasará si ganas el primer Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa?
Ni cometo la imprudencia boba de pensar que puedo ganarlo. Estar entre los finalistas es un regalo que me permitirá ir otra vez a Lima. Hasta ahí sé, y hasta ahí quiero saber.
Mucha gente no sabe que sientes una especie de debilidad por lo peruano. ¿Cuál es la lógica de esto?
Me ha ido muy bien en el Perú, tengo muchos amigos y para mí las ciudades no son bonitas o feas por su monumentalidad, sino por los amigos que tenga allí. Además soy andaluz, o sea, en Lima me siento como en casa. Aparte de esa predilección evidente que me ha hecho viajar cuatro veces a Lima, me fascinan algunas figuras de la poesía peruana: Alberto Hidalgo por encima de todos, pero también, claro, César Vallejo, y Oquendo de Amat, y todos los vanguardistas alrededor de Mariátegui. Y los cuentos de Julio Ramón Ribeyro. Y las novelas de Vargas Llosa. ¿Lógica? Pero hombre, cómo no va a haber lógica, ¡si hay una cancha por Miraflores que se llama Bonilla!
Pase lo que pase, ¿en qué estás metido ahora?

Publiqué hace unos meses un libro de relatos, y ahora me dedico a corregir mis poemas que van a salir en Visor.


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