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Escribir es una manera de religarse con el mundo

Jorge Pimentel y sus hijos Sebastián y Jerónimo, entrevistados por José Tsang en buensalvaje Nº 3

Publicado: 2014-09-28

Sobre Tromba de agosto, el poemario de Jorge Pimentel (Lima, 1944) reeditado en su vigésimo aniversario celebrado el año pasado, el chileno Roberto Bolaño escribió: «Pimentel parte de Vallejo (en Ave soul el punto de partida era la cultura) y llega a una zona oscura en donde intuimos se agitan bultos que son seres humanos». Esa admiración –que es mutua– ocurre en varios niveles. Uno de ellos se grafica así: junto al mexicano Mario Santiago, Bolaño fundó el Infrarrealismo, que tuvo como espejo a Hora Zero, el movimiento poético gestado por Pimentel y el también peruano Juan Ramírez Ruiz en 1970. Ambas vanguardias compartían ese ADN común a todas las vanguardias: sacudir el statu quo de la cultura oficial. 

Años después, los hijos de Jorge vienen andando el mismo camino de valientes. A la par de una destacada obra poética, Jerónimo Pimentel (Lima, 1978) entró ya en la novela con La ciudad más triste, una recreación del misterioso paso de Herman Melville por Lima en 1843. Jerónimo acaba de estrenarse como autor de literatura infantil con «Un cuento que da sueño», sobre una mamá que, con amor, narra situaciones imaginarias a su hija que no puede dormir bien. Además, publicará en España su último poemario, Al norte de los ríos del futuro, que bebe de la ciencia ficción. Por su parte, Sebastián Pimentel (Lima, 1976) es autor del libro de ensayos cinematográficos Imagen y mundo, sigue dando batallas desde la crítica de cine en el semanario Somos y la dirección de la revista Godard!, mientras alista nuevas investigaciones y publicaciones.

[Enero-Febrero de 2013]


En Palabras urgentes, el primer manifiesto de Hora Zero, se leen líneas como esta: «A nosotros se nos ha entregado una catástrofe para poetizarla». ¿Esta expresión sigue siendo vigente?

Jerónimo: Es una frase rastreable de otra manera y en otro contexto. Si haces una genealogía de esa oración, puedes llegar a la de Tolstói: «Habla de tu pueblo y hablarás del mundo». Eso significa que la literatura no puede reducirse a un ejercicio de estilo. Hay una buena frase de los actores al respecto, cuando dicen que un actor tiene verdad. Esa verdad, que en literatura es un valor inmaterial, significa que tu estilo literario no se desarrolla en una esfera abstracta, formal, retórica o aséptica, alejada de la realidad. 

Sebastián: Tiene que haber indignación. Sentir que ya no soportas más, que vas a estallar. Es una cuestión ética. Los pensadores, escritores y artistas, en lugar de agarrar un fusil, cogen un lápiz y escriben para dar cuenta de lo indignante que es lo que tienen al frente, y esto se refiere no solo a la pobreza y a la injusticia, sino también a los figurones culturales y a una institución oficial vetusta, adormecida y conservadora. Hora Zero se enfrentó a esta impostación y letargo, en un acto de libertad y alegría.

Jorge: Queríamos escribir libros que reflejaran la vida como no había sido considerada por la poesía peruana. Estábamos en eso: en no sentirnos menos que nadie. Yo veía que mis padres se divorciaban, que mi mamá se ponía a trabajar sola por primera vez y se subía a un micro para ir al correo central. ¿Por qué la poesía no podía reflejar esos temas? ¿Por qué no ser universales desde lo cotidiano y lo local? Cuando arremetimos frontalmente contra el establecimiento literario, mucha gente se liberó. Pasó con los poetas de provincias. Mario Luna trajo el aputamadramiento de Chimbote. El aputamadramiento es tener calle, una postura para enfrentarte a la ciudad y a su gente; es no tener complejos, en lugar de pretender ser un francés. Juan Ramírez venía con la onda de Chiclayo y de las peleas de los sindicatos. Jorge Nájar era de Pucallpa, de la selva. Y así. Eran otras maneras de ver el país, fuera de la capital.

Jerónimo: Tu indignación puede ser política, pero tu propuesta tiene que ser poética. Lo importante de Hora Zero es que esa indignación derivó en el último gran aporte a la poesía peruana, que fue la incorporación del discurso popular en la tradición poética. Sí, ha habido obras personales e interesantes, pero no aportes sustanciales que hayan nutrido la matriz poética peruana, modificándola. Todo esto me lleva a pensar en qué ha pasado con la poesía peruana en los últimos cuarenta años. ¿Qué ha sucedido para que no se haya producido otro quiebre o rompimiento? Y eso que –sin ánimo de quitarle méritos– Palabras urgentes no es un manifiesto perfecto, ni Hora Zero un grupo perfecto.

En poesía, da la impresión de que lo que ha habido es una dispersión de búsquedas individuales.
Jerónimo: Si lo ves de manera cuantitativa, es dispersión. Pero cualitativamente, persisten dos matrices: el poema conversacional y el poema integral, ambos alimentados, en buena medida, por Hora Zero. Por otra parte, hay que reconocer algo: la poesía es una especie en vías de extinción. Es un género cerrado para iniciados y otros poetas. Te das cuenta de eso por los tirajes reducidos de los poemarios y la poca emergencia de autores nuevos. La crítica tenía ese sambenito de ir inaugurando generaciones por décadas. ¿Cuál es el poeta de los últimos cuatro o cinco años? Esos autores sí los encuentro en narrativa, en escritores como Carlos Yushimito, Jeremías Gamboa o Daniel Alarcón.
Jerónimo, con Hora Zero tan cerca de ti, ¿fue un proceso natural escribir poesía?
Jerónimo: No. Traté de hacer todo lo posible para no escribir poesía. Cuando estaba en la Católica me metí al taller de narrativa, no al de poesía. Estudié Periodismo, y lo hice porque sentía que uno tiene que encontrar un camino propio. Ahora que el resultado de esa negación sea que igual haya tenido que escribir poesía, más bien lo que propicia es que se refuerce mi vocación de cara a la influencia familiar. No es fácil. Pero cuando es necesario, tampoco es difícil. Es lo que tiene que ser. A mí lo que me interesa, sobre todo, es explorar la literatura que está entre los géneros, esos intersticios entre poesía, narrativa o ensayo. Por momentos, siento que tengo una poesía muy narrativa, y cuando escribo prosa a veces me parece que es lírica.
En tu caso, Sebastián, ¿cómo llegas a la Filosofía y a la crítica de cine?

Sebastián: De la forma más natural. En casa leía a escritores de todo tipo, y cuando entré a la Católica empecé a apasionarme por la escritura filosófica, que también es un género literario. El poder de conmoción mental y espiritual que me producían los textos filosóficos era tan grande como la que me generaban las propuestas de los poetas y narradores. De otro lado, el amor al cine me es natural desde niño. De chico, mi mayor premio ocurría cuando mis papás decían: «Vamos al cine». Era como ir al paraíso. Todo esto es relevante cuando sigues tu intuición y te das cuenta de que estás tras una verdad. Eso es lo que hacen Jerónimo o mi papá cuando escriben. Por eso, al igual que ellos, no creo que ser crítico de cine sea una frivolidad. 

Jerónimo: Para mí es como una religión. Escribir es una manera de religarse con el mundo. Creo que eso nos pasa a los tres. Un hombre es una proyección espiritual. No solo es un saco de carne y hueso. En este sentido metafísico, ¿cómo te religas con la realidad? Ir a la iglesia no es nuestro caso.

Esa búsqueda espiritual también se conecta con la Filosofía.

Sebastián: Aquí pasa algo interesante. Veamos: cuando la Filosofía nace, ya es Poesía. Filósofos presocráticos como Heráclito o Parménides, cuando escribían Filosofía, facturaban poemas. Luego continúan esa tradición otros filósofos: de Lucrecio a Platón. Nietzsche también era poeta. La filosofía de Heidegger nace de la poesía de Hölderlin. ¿Artaud es filósofo o poeta? Nadie lo sabe. A veces, las cosas están más vinculadas de lo que uno cree. Hay que reivindicar la libertad del escritor. De alguna manera, de eso se trata el poema integral, porque es un género que reúne todos los géneros literarios. ¿Qué es La ciudad más triste? Es novela, ensayo, poesía, dramaturgia, etc. Un metatexto, un texto de textos. 

Jerónimo: Pero ojo: ahora se entiende que el género que abarca todos los demás es la novela, y no la poesía. Esto no es así necesariamente.

Digamos que son los clichés del periodismo.

Jerónimo: Que también son los clichés de la academia. 

Sebastián: ¿Imagen y mundo de qué género es? Los críticos de cine piensan que mi libro es de Filosofía, así como muchos filósofos se desconciertan porque no son ensayos filosóficos propiamente dichos. Siento que los retos de un escritor están ahí: rebelarse de las etiquetas impuestas por el mercado.

Jorge, ¿qué sientes cuando ves que tus hijos también optaron por dedicarse a las letras y no terminaron en ocupaciones más convencionales?
Jorge: Una gran felicidad. Creo que en parte se debe a que mi casa siempre ha sido una universidad para ellos. Aquí venían poetas, pintores, filósofos y artistas. Ellos han bebido de todo eso. Con Sebastián y Jerónimo tengo la suerte de conversar sobre poesía todos los días, como antes lo hacía con mis compañeros de Hora Zero, y lo seguimos haciendo.
Hablemos de sus próximos proyectos.

Jerónimo: Está listo mi nuevo poemario, Al norte de los ríos del futuro, que tiene mucho de ciencia ficción. A mí me encanta la literatura de género, y sentí que la ciencia ficción podía ser una plataforma para agendar discursos, visiones o contemplaciones que no están tan presentes en la poesía peruana. El poemario lo va a publicar una pequeña editorial española, tan pequeña que se llama Ediciones Liliputienses, pero que cuenta con un bonito catálogo de poesía latinoamericana, con autores interesantes como el argentino Martín Gambarotta. 

Sebastián: Estoy avanzando una investigación sobre los libros de cine del filósofo francés Gilles Deleuze, en especial La imagen-movimiento y La imagen-tiempo. Además, estoy preparando un libro sobre Armando Robles Godoy y una serie de ensayos sobre varios cineastas, pero desde un enfoque distinto a Imagen y mundo. Esta vez no voy a abordar la relación con la Tierra, el mundo y el cosmos a través del cine, ya que me estoy enfocando en los roles, las máscaras y las relaciones existenciales del ser humano con su identidad y con su papel construido por la sociedad en obras de directores como Billy Wilder o John Cassavetes.

Jorge: Tengo varios poemarios inéditos: Persecución y muerte del Conde Ernesto de Lerchenfeld en la ciudad de Lima, Muerte natural, Sangre de rinoceronte y Jardín de uñas. Este último será publicado este año. Asimismo, Tulio Mora y yo estamos editando una compilación de los manifiestos de Hora Zero, en los que está nuestra praxis y nuestro desarrollo teórico del poema integral, que la gente todavía no conoce bien. Por otra parte, en ellos figuran la historia de la poesía peruana y el testimonio de las guerras que Hora Zero libró a través de cuarenta años contra los que pretendían poner la poesía al servicio de una élite o de un gobierno, los que no querían mirar la calle –¡hay que saber mirar la calle!– o los seudopoetas que escriben para ser becados y aumentar su currículum.

Jerónimo: Lo que se conoce poco es que mi papá ha transitado por otros géneros. Ha escrito cuentos infantiles como «El oso lecho, la mariposa azul y el capitán mares», así como le dio vida a Solito, un proyecto de cómic que empezó con Alberto Colán y luego continuó con Sebastián, durante la época en la que frecuentaba a los integrantes de Nazca Comic, un suplemento dominical del diario Página libre. Solito es una metahistorieta existencial, minimalista y divertida con un muñeco de palitos como único protagonista, tan existencial que pone en cuestión elementos del lenguaje del cómic como los recuadrados o la secuencialidad. En otras palabras, se trata de un hombre solo en su cuadrado, una metáfora de él en su mundo, lo que lo lleva a reflexionar sobre los límites y lenguajes de ese universo.


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